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Durante lo que restaba de semana, Harry esperó impaciente el día en el que volvería a ver a sus amigos y a Sirius.
Pero el día antes de éste, Harry recibió
una lechuza de Ron en la que le decía:
Harry: Me
parece buena tu idea, pero mi padre me recordó que a los magos de
nuestra edad no se les permite hacer magia fuera de Hogwarts, ni
siquiera los polvos flu, un pequeño detalle. Me
ha dicho que te recogerá el Viernes, a la misma hora, sólo
tienes que desbloquear la chimenea, para que no pase lo del año
pasado. Por
cierto, llévate el baúl con las cosas de Hogwarts, porque a lo
mejor Dumbledore te deja quedarte aquí Espero
verte pronto:
Ron
Harry leyó la carta con rapidez.
Había olvidado que tenían prohibido el uso
de la magia, si no querían recibir una severa amonestación del ministerio.
Menos mal que el señor Weasley se había dado
cuenta, sino, Harry tendría su segunda amonestación desde que estudiaba en
Hogwarts.
La primera, que había recibido tres años
antes, había sido por culpa de Dobby, un elfo doméstico que había visitado a
Harry para convencerlo de que no debía volver a Hogwarts. Como éste se había
negado, Dobby había uso sus artes mágicas para tirar un pudin preparado por tía
Petunia.
Además de la amonestación, Harry estuvo
castigado sin salir de su cuarto hasta que Ron y os gemelos Weasley, lo habían
sacado por la ventana y lo habían llevado en un coche volador hasta La
Madriguera.
Harry preparó las cosas que llevaría al
juicio, y sacó el baúl del colegio, para llenarlo de libros y todas sus
pertenencias.
Entre ellas, se encontraba una capa invisible,
que había heredado de su padre.
Pensó que sería útil para cuando llegara el
momento de hablar con Sirius.
Cuando lo tenía todo preparado, lo guardó
debajo de su cama, y se acostó, pensando en lo que le esperaba al levantarse.
****
Harry entró en una cúpula cerrada, que no
dejaba translucir la luz.
Lo único que iluminaba la sala, eran unas
velas que flotaban en el aire, en filas, a ambos lados de las gradas.
La sala estaba abarrotada de magos y brujas,
que querían presenciar el juicio.
Sonó una especie de maza, pero Harry se dio
cuenta de que el ruido provenía de la varita de un mago, que estaba sentado en
la acusación.
Al oír el ruido, la sala quedó muda al
instante.
Se oyeron unas puertas abriéndose, y al mirar
atrás, Harry vio a Lucius Malfoy rodeado por dos dementores que lo sujetaban
con unas cadenas.
Al llegar a donde estaba Harry, Lucius lo miró
fijamente y había gritado rompiendo el silencio sepulcral que reinaba en la
sala:
- ¡TÚ! ¡Maldito niño! Mi amo se encargará
de ti, va a matarte... ¡Muy pronto Lord Voldemort se cobrará su venganza!
Y bajo la asombrosa mirada de todos los
presentes, Lucius se echó al suelo y empezó a reírse de una manera atronadora
y espantosa.
****
En ese momento Harry despertó.
Estaba sudando y la cicatriz le quemaba en la
frente.
El dolor le había despertado por su
insistencia, y ahora le dolía enormemente la cabeza.
¿Qué le habría pasado?
Recordaba que estaban en el juicio de Malfoy,
y éste se había acercado a él y le había dicho que Voldemort iba a
matarlo....
Harry recordó las palabras que su padrino le
había dicho el año anterior: “Si te vuelve a doler la cicatriz, díselo
directamente a Dumbledore”
Miró su reloj. Aún eran las 4 de la mañana.
A esa hora Dumbledore estaría dormido, y no
serviría de nada el mandar a Hedwig para decírselo.
Por otro lado, al día siguiente, seguramente
lo vería en el juicio.
Allí, pensó, se acercaría a él y le
comentaría lo que le había pasado.
Más tranquilo, Harry volvió a dormirse.
A la mañana siguiente, Harry despertó y vio
que el sol llevaba largo tiempo en el cielo.
El padre de Ron pasaría a recogerlo pocas
horas después.
Se vistió y bajó a desayunar.
Al entrar en la cocina, tío Vernon gruñó
ligeramente, y sin levantar la vista del periódico preguntó:
- ¿A qué hora dices que te irás?
- A las doce en punto. Debo desbloquear ahora
la chimenea para poder irme en el momento adecuado.
- Espero que después lo dejes todo como estaba. – Intervino tía Petunia - No me gusta tener que ir detrás de ti, recogiendo lo que vas dejando por medio.
Harry notó como la sangre se levantaba
furiosa en sus venas. Hacía años, que tía Petunia no había recogido una sola
cosa suya; es más, había obligado a Harry a limpiar todo lo que Dudley
ensuciaba a su paso.
Cuando terminó de desayunar, fue al salón y
empezó a desbloquear la chimenea. Tabla por tabla, las fue separando, mientras
esperaba que a su salida, el señor Weasley las dejara tal y como estaban.
Harry no les había dicho a sus tíos que
Arthur Weasley vendría a recogerlo, por miedo de que sus tíos se enfadaran y
no le dejaran ir.
Tendría que estar atento a su llegada, para advertirle que fuera cuidadoso.
A las once y media, fue al salón para esperar a que el señor Weasley llegara.
Tío Vernon, que veía la gran televisión, la
apagó al entrar Harry en la salita, y salió de la habitación con un gruñido.
A Harry no le importó en absoluto.
Prefería que lo dejaran solo, a que
estuvieran hablando ignorando su presencia o haciendo comentarios nada
agradables.
La espera se le hizo eterna.
Junto a la chimenea, Harry había dejado su
mochila preparada y el baúl de Hogwarts, con las cosas que llevaría.
Y a las doce en punto, sonó un “pop”
procedente de la chimenea, amortiguado por el sonido del nuevo reloj de cuco.
Harry se dirigió hacia el señor Weasley, que
empezaba a salir de la chimenea, y sin querer hacer ruido, para que sus tíos no
notaran su presencia lo instó para esconderse en uno de los recodos de la
chimenea, ahora desbloqueada.
- No se preocupe, ahora se lo explicaré,
-dijo en un murmullo al señor Weasley – mis
tíos
no deben verle.
Aún protestando, pues el señor Weasley no sabía por qué era necesario esconderse, Harry consiguió que desapareciera, justo en el momento que tío Vernon abría la puerta diciendo:
- ¿Es que ya te vas?
- Sí, ya son las doce. No quiero llegar
tarde.
- Está bien entonces.
- Bueno, pues.... hasta el Domingo
Harry no recibió más que un gruñido como
respuesta, pero le bastó. No les había dicho que lo más probable era que se
quedara en casa de los Weasley hasta final de las vacaciones, pero ya les
escribiría una carta.
Se cargó la mochila al hombro y arrastró el
baúl a la chimenea, para que el señor Weasley le echara un hechizo
antigravedad , y, agarrando una
cantidad generosa de polvos flu, las echó a un fuego mágico que el señor
Weasley acababa de convocar. Ambos, con voz clara, pero sin gritar demasiado
para que Vernon no los oyera, pronunciaron: -A la Madriguera.
En ese momento, Harry experimentó el conocido
sentimiento, de algo tirándole del ombligo hacia abajo, y en breves segundos se
vio envuelto por un torbellino de colores, mientras se desplazaba al gran
velocidad. Pegó los brazos al cuerpo, para no golpearse con otras chimeneas, y
cerró los ojos.
De repente, Harry sintió el suelo firme bajo
sus pies, y cayó en la conocida chimenea de la cocina de La Madriguera, la casa
de su amigo Ron, y su casa favorita.
Todo el edificio estaba lleno de extraños
objetos mágicos, que no podían encontrarse en casas de muggles.
Colgando de una de las paredes, Harry vio su
reloj favorito. Una esfera con nueve agujas, una para cada miembro de la
familia.
En ese momento, ocho de las agujas se
encontraban “En casa”, pero Harry vio como otra última, una de las mayores,
se hallaba en el cartelito que decía: “De visita”.
En la larga aguja estaba escrito el nombre de
“Charlie”, uno de los hermanos mayores de Ron.
En la cocina, había muchas personas, hablando
despreocupadamente, que cesaron al ver a Harry. Harry distinguió además de los
Weasley, a su mejor amiga en Hogwarts, Hermione Granger.
- ¿Hermione? – Preguntó incrédulo - ¿No
decías que no ibas a venir a tiempo para llegar al
juicio?
- Sí, bueno... –dijo Hermione – Al final
pensé que no podría perderme el juicio del padre de
Malfoy.
Además, de cualquier modo íbamos a llegar mañana, y a
mis padres no les
importaba
volver una par de días antes.
Los padres de Hermione eran muggles, pero sabían
que Hermione era la bruja más inteligente de Hogwarts, y que le interesaría
presenciar el juicio, por lo que la habían dejado ir.
Harry saludó a todos con alegría.
Percy, que estaba en uno de los rincones de la
mesa rodeado de libros, inclinó levemente la cabeza en forma de saludo y volvió
a sumergirse en sus libros.
- ¿Qué le pasa?
– Preguntó Harry
- Estudia nuevos
idiomas – contestó Ron. Como sabes, el señor Crouch dejó el año pasado en
el Ministerio de Magia una vacante en el Departamento de Co-operación
Internacional. Ahora Cornelius Fudge, el ministro, ha puesto un jefe sustituto,
Lumus Deyer, porque dentro de los magos que trabajan en el ministerio, es el que
puede hablar más lengua. Aún así, sólo domina diez o doce, comparadas con
las más de doscientas de Crouch. Percy quiere sustituirlo, pero para ello tiene
que prepararse todas esas lenguas. Lleva todo el verano estudiando en cuanto
llega del Ministerio y ya habla sirenio, troll, veelanio, duendígoza y no sé
cuantos más. Ahora miso ya podría ocupar el puesto de Deyer, pero quiere
asegurarse de que nadie le arrebata nunca el puesto, ya sabes lo ambicioso que
es. Además, cada día viene echando pestes de Deyer.. que si esto... que sí lo
otro... Es que Percy no puede olvidarse de su querido señor Crouch...
- Sí, dijo Harry
asombrado – Pero ahora Crouch está muerto.
- Hola Harry, cielo – Interrumpió la señora Weasley- ¿Qué tal las vacaciones con tus tíos? Me gustaría haberte invitado hará un par de semanas, pero Dumbledore me dijo que prefería que te quedaras un tiempo allí. Veo que seguiste nuestro consejo y te has traído el baúl con las cosas de Hogwarts, espero que el director te deje quedarte aquí.
- Hola Harry – Dijo
Bill, el hermano mayor de Ron. - ¿Qué tal?
Aunque Bill había sido prefecto y Premio
Anual en Hogwarts, no se parecía en absoluto a su hermano Percy. El pelo lo
llevaba recogido en una cola de caballo y de una de sus orejas colgaba un extraño
pendiente.
Bill trabajaba en Egipto, deshaciendo hechizos
para los duendes de Gringotts, el banco de los magos.
Los gemelos Weasley, saludaron alegremente a
Harry, y le murmuraron en el oído:
- Tenemos que enseñarte todos nuestros
progresos.
Fred y George tenían el deseo de abrir una
tienda de artículos de broma al salir de Hogwarts y éste, era su último año
en el colegio de Magia. Gracias a que Harry les había cedido su premio, iban a
mantenerlo informado de todos su descubrimientos.
Mientras Harry saludaba a Ginny, que, como
cada vez que veía a Harry se puso colorada (aunque esta vez menos que de
costumbre), los gemelos se fueron a Percy, inventándose palabras nuevas de
lenguajes inexistentes, que añadían sin que se diera cuenta en su
“Diccionario para todas las lenguas”.
Harry, Hermione y Ron se fueron a uno de los
rincones de la cocina a hablar y Hermione dijo:
- En mi número de “El Profeta” he visto todos los acontecimientos horribles. Cuentan que a Amos Diggory lo torturaron porque no quiso dar una información revelante sobre uno de los asuntos del ministerios, y ahora está ingresado en el “Hospital San Mungo para Enfermedades y Heridas Mágicas”. No sabes si se recuperará.
Harry sintió un escalofrío que le recorría
la espalda. Los padres de Neville Longbotton, un compañero de Hogwarts
reposaban en el mismo lugar, completamente locos.
Como había prometido a Dumbledore, Harry no
había mencionado el asunto con sus amigos.
-
Además, - continuó Hermione – ya ha habido
cuatro muertos y varias víctimas, entre ellas, algunos personajes importantes
del ministerio.
-
Por cierto, -dijo Ron- ¿Cómo creéis que será
el juicio? Yo nunca he presenciado ninguno
-
En “La caída de el Señor Tenebroso y el
cauce de la historia” viene un artículo que habla de todos los juicios. Según
el libro, eran en una sala subterránea, con una silla en el centro y cadenas,
donde el acusado se sentaba, acompañado por dementores.
Aunque Harry sí que había presenciado
algunos, le habían impactado tanto que prefirió no tener que volver a
recordarlos
De repente se acordó del sueño que había
tenido con Malfoy, y dijo a sus amigos:
-
Tengo que contaros algo.
-
OK- Dijo Ron, y subiendo la voz comentó
–Está bien, Harry, vamos a dejar tus cosas en la habitación.
-
Muy bien, - se escuchó la voz de la señora
Weasley – pero no tardéis muchos, Chalie ya no tardará en llegar. Está
visitando a un conocido experto en dragones que ha venido aquí a hacer unos
experimentos.
-
Está bien, mamá.
Subieron el baúl, que debido al hechizo del
señor Weasley era ligero como una pluma y las cosas de Harry. Hermione había
llegado un par de horas atrás, cuando los señores Weasley habían ido a
recogerlos al aeropuerto muggle con sus padres.
Llegaron a la habitación de Ron, donde cada
centímetro de la pared estaba cubierto con pósters de su equipo de quidditch,
los “Chudley Cannons”, que se movían por toda la habitación.
En una pequeña jaula junto a la ventana,
Pidwidgeon descansaba, aunque al verlos entrar empezó de nuevo a dar chillidos
y moverse sin cesar, mientras pequeñas plumillas se desprendían de su cuerpo.
Se sentaron en las camas, y Hermione, con voz
seria preguntó:
-
¿Qué es lo que pasa? – Viendo que Harry
dudaba añadió - ¿Ha sido tu cicatriz otra vez?
Harry asintió y explicó a sus amigos el sueño
que había tenido la noche anterior.
-
Ya sabíamos que esto iba a suceder, es decir,
lo de tu cicatriz – dijo Hermione con el mismo tono de voz – Sobre todo
ahora, que Quién-Tu-Sabes está de nuevo en el poder. Sus arrebatos de odio e
ira contra ti han de ser incontables.
-
No sé si decírselo a Dumbledore. Sirius
me recomendó que así lo hiciera, pero las circunstancias del año
pasado han cambiado, y este año estoy extrañado de que no me haya dolido más
a menudo.
-
¿Qué creéis que dirá Malfoy en su
defensa?- Preguntó Ron
-
No sé - dijeron Harry y Hermione al unísono.
-
No creo que Draco se pavonee más este año, -
dijo Ron esbozando una sonrisa maliciosa - ¿Qué podría decirme? “Tu padre
es demasiado poco importante como para ir a Azkabán”
Harry y Hermione sonrieron.
Draco Malfoy era el chico más odiado por
ellos en el colegio. Desde que lo habían conocido, no había hecho más que dar
problemas y meterse con ellos. Pertenecía a la casa de Slytherin, la que había
dado más mortífagos que ninguna otra.
Sería divertido verlo callado todo el tiempo,
sin poder abrir su enorme bocaza contra ellos.
Desde el piso de abajo, escucharon la voz
aguda de la señora Weasley, llamándolos
para la comida.
- Vamos,
-dijo Ron- mi madre no soporta que la comida se le enfríe sin probarla.
Los tres amigos bajaron y vieron al último de
los hijos de los Weasley. Charlie era un muchacho atlético aunque no muy
grande, y había sido un estupendo jugador de Quidditch en sus tiempos en
Hogwarts. El equipo de Inglaterra le había ofrecido un puesto en su selección
como buscador, la misma posición que Harry jugaba en el equipo, pero Charlie
había preferido irse a Rumania a estudiar dragones.
Los dragones estaban prohibidos como mascotas,
para el enorme disgusto de Hagrid al
que le encantaban eso animales, porque llamaban demasiado la atención y eran
muy peligrosos.
Harry había tenido la oportunidad de
enfrentarse con uno el año pasado, en el torneo, pero había salido
estupendamente librado del enorme cola-cuerno Húngaro, y
comprendía perfectamente qué existía esa ley.
Pusieron la mesa como el año pasado, en el
exterior para disfrutar del buen tiempo, y porque no cabían en la diminuta
cocina de la Madriguera.
Cuando terminaron de comer todos los manjares
preferidos de Harry, subieron de nuevo a la habitación de Ron para recoger
algunas cosas.
Harry metión en su mochila la capa invisible
y algunas cosas más, que pensó que le serían de utilidad.
Tras esto, bajaron de nuevo y encontraron a
toda la familia Weasley preparada para salir, excepto la señora Weasley, que
prefirió quedarse en casa.
- ¿Cómo
llegaremos? – Preguntó Harry. - ¿Habrá trasladores como la última vez?
- No,
esta vez los coches del ministerio vendrán a recogernos. Es demasiado
arriesgado para un personaje del ministerio, que además ha contribuido a la
captura de uno de los mortífagos, aventurarse solo a la calle. – dijo el señor
Weasley con la voz seria.
Harry se estremeció. Sabía que los coches no
venían sólo por el señor Weasley, ya que éste podría haberse aparecido sin
ninguna complicación en el interior de la sala. Sn embargo, el señor Weasley
que parecía haber leído sus pensamientos, dijo:
- Esta
vez tendremos que pedir más de un coche. Bill, Percy y Charlie no podrán
aparecerse en el interior del palacio de justicia.
- ¿Por
qué no? – Preguntaron a la vez Harry y Ron.
- ¿Cuántas
veces tengo que deciros que en este tipo de sitios está prohibido aparecerse?
dijo Hermione con voz desesperada. – Si estuviera permitido aparecerse dentro,
imaginaos que caos se formaría cuando quisieran juzgar a un mortífago o
cualquier persona. Simplemente, se desaparecerían.
El señor Weasley asintió con la cabeza,
aprobando las palabras de Hermione.
En ese momento, dos enormes coches negros,
aparecieron en la puerta de La Madriguera, e hicieron sonar el pito.
- Aquí
están los especialistas para artículos Muggles. Aún así no creo que sepan
manejarlo mucho mejor de lo que yo lo hice...
Todos sonrieron. Si había algo que el señor
Weasley amara, eso eran los artículos muggles encantados por él, o por otras
personas. Si el señor Weasley hiciera una inspección a su propia casa, tendría
que arrestarse a sí mismo por poseer todos estos objetos.
Salieron de la casa sonriendo a la señora
Weasley, que los despidió agitando los brazos.
Entraron en el coche, y se pusieron en camino
al palacio de justicia, impacientes por ver las caras de Malfoy y su familia.