Este giratiempo es absolutamente atípico. No aparece Harry ni sus padres ni la escuela, ni nada conocido...o al menos nada que en un principio nos parezca conocido. Y entonces que hace aquí? Descúbranlo ustedes mismos!! 


EL PRINCIPIO 
Por Miryam

 


Un extraño destello brillaba en los ojos enrojecidos del cliente de la mesa del fondo. Sobre la mesa, una agenda con las iniciales T.R. y un extraño palo, rodeado por un halo verdoso reposaban enigmáticamente.

 

A Joanne nunca le había gustado el modo en que aquel  hombre miraba a su bebé. Siempre se acercaba con una sonrisa burlona e intentaba, sin éxito, acercar sus finos y blancos dedos a la carita de la niña. Al final, bruscamente se apartaba de ella, y se retiraba a su mesa con una mueca que Joanne no sabía interpretar. A Joanne le reconfortaba encontrar entonces la dulce mirada de Albus, el camarero, aunque nunca pensó que su presencia tuviera nada que ver con las sigilosas retiradas del extraño cliente.

 

No, no le agradaba aquel tipo. Ni siquiera le agradaba a su bebé, que, pese a su corta edad, se revolvía y asustaba ante la presencia de aquel hombre. Con Dumbledore no. Con él era distinto. Tanto Joanne como el bebé sentían una tranquilizadora sensación de protección cuando él se acercaba. Meses atrás había sido él quien le había propuesto a Joanne que se acomodara en aquella mesa, y allí pasaba los días, con su niñita, buscando la manera de salir de su preocupante situación económica.

 

Hacía unos días que Joanne había gastado sus últimos ahorros en un médico especialista que revisara aquella cicatriz zigzagueante que recorría la frente de la niña.

 

-Tranquilícese- le dijo el doctor- No es nada preocupante. Aunque desconozco las causas de la cicatriz, ésta ya está cerrada. No le creará más problemas que los estéticos, pero eso ya tendrá tiempo de arreglarlo cuando sea mayor.

 

A Joanne le tranquilizó la opinión del médico, pero lamentó haber gastado en ello sus últimos ahorros. Ella ya sabía que estaba cerrada...pero, y la razón de esa herida?.

El casero, el estirado señor Snape, le había cortado la calefacción de su diminuto piso por no pagar, y ella había gastado todo lo que tenía en que le dijeran algo que ya sabía.

 

Lo que Joanne no alcanzaba a comprender era cómo el señor Snape no les desalojaba del piso. Llevaba meses sin pagar el alquiler, algo que el casero, con su agrio tono de voz, le recordaba constantemente, pero inexplicablemente, le permitía seguir en él.

 

Era bien extraño aquel señor Snape! Joanne podría jurar que la odiaba, pero...

 

-Señorita Rowling...Hace falta que le recuerde desde cuando no me paga el alquiler?- decía a su espalda la voz metálica de Snape cuando menos lo esperaba.

 

- Oh, señor Snape, disculpe. Mire, pronto regularizaré la situación. Confíe en mí- musitaba Joanne con un hilillo de voz.

 

- Siempre lo mismo, señorita Rowling...siempre usted- respondía Snape con desgana.

 

Joanne se mordía la lengua para no llorar. Se preguntaba cómo aquella niña pelirroja, la mejor de la clase, podía haber llegado a encontrarse en esa desesperante situación. Recorría con sus dedos la carita del bebé y , con infinita ternura acariciaba la pequeña y enigmática cicatriz que haría a la pequeña siempre diferente.

Pero Joanne se levantaba cada mañana, abrigaba a su niña con las desgastadas mantas, y se dirigía como un autómata al viejo café Nicolson,. Muchas veces se encontraba a  Dumbledore en la esquina, charlando amigablemente con  Hagrid, el mendigo, y acariciando al enorme perro que siempre le acompañaba. La reconfortante sonrisa del camarero era capaz de hacer olvidar a Joanne el terrible frío que despertaba a las mañanas de Edimburgo, y recorrían juntos los últimos metros que les separaban del café.

 

Joanne, como cada día, sacaba su viejo cuaderno y empezaba a  escribir miles de números, esperando encontrar algún método para multiplicar las pocas libras que le quedaban en el bolsillo. Podría reducir de aquí, algo de allá, pero había partidas imposibles...la comida del bebé, los pañales...Al final siempre parecía que aquellos números crecían solos. Al final, siempre el mismo resultado.

 

Algunos días se acercaba por el café su viejo amigo Ron. Habían estudiado juntos, y , aunque Ron había sido uno de los peores estudiantes, Joanne siempre había estado muy unida a él. Durante la etapa escolar, Joanne le había ayudado con sus estudios en innumerables ocasiones, y el bueno de Ron todavía le estaba muy agradecido, sin embargo, la desastrosa situación económica de su amigo, impedía a Ron que le brindara más ayuda que una sonrisa y un buen rato de charla recordando los viejos tiempos en Hogwarts.

 

Ron trabajaba en la tienda de artículos de broma que sus hermanos gemelos, Fred y George, acababan de abrir en las afueras de la ciudad. De dónde sacaron el dinero para montar aquella tienda era todo un misterio. Ron sólo había conseguido de ellos vagas respuestas del tipo:

 

-El dinero? Puessss... De dónde lo hemos sacado Fred?- decía George, mientras guiñaba el ojo a su gemelo.

 

- Esto...si, el dinero...

 

Y estallaban los dos en tremendas carcajadas.

 

Aquella mañana Joanne se encontraba más desesperada que de costumbre. Había terminado el último bote de leche para la niña y con las dos libras que tenía en el bolsillo no le alcanzaría para comprar más. Además la falta de calefacción de su casa hacía que la niña enfermase constantemente, y las medicinas quedaban fuera de su alcance. Joanne estaba a punto de derrumbarse.

 

El hombre de la mesa del fondo le miraba con mayor intensidad que nunca. Varias veces se había brindado a quedarse con el bebé cuando ella necesitaba salir para comprar algo. Incluso le había ofrecido llevarse a la niña a su casa, donde, según él, la calefacción era asombrosamente fuerte, pero Joanne siempre se había negado. Quizás hoy no podría negarse.

 

Como siempre cogió su cuaderno aunque no sabía muy bien para qué, no tenía más que dos libras en el bolsillo y ya no había manera de estirarlas más.

 

Al fijar la vista en el cuaderno vió como las iniciales H.P. se garabateaban misteriosamente en la tapas, en un rabioso color púrpura.

Joanne no podía creer lo que veía. Sería alguna broma de las de Fred y George?

Qué podría significar H.P.?

 

Temblando, Joanne abrió su cuaderno, excepto sus números de ayer no había nada escrito en él.

 

Poco a poco Joanne empezó a escribir, era como si su mano fuera sola, en la cabeza se le agolpaban millones de imágenes, millones de colores, extrañas palabras sin sentido. Era como un sueño en el que personajes reales se confundían con un mundo nuevo y misterioso.

 

Alzó la vista y vio a Albus junto a ella, pero ahora no llevaba su pulcro traje gris, sino una larga túnica y un gorro picudo. También vio a Ron con una vestimenta parecida, incluso le pareció verse a sí misma como en un espejo con ese extraño atuendo. Y su bebé, su bebé sonreía y la pequeña cicatriz empezaba a ser menos visible.

 

Joanne no podía para de escribir. Snape, Albus, Ron, Fred, George, Hagrid, el perro, todo pasaba por su cabeza cobrando un nuevo sentido y de su lápiz salía una nueva historia, una nueva vida que daría sentido a todo lo anterior.

 

Cinco años escribió Joanne sin parar. Cinco años sin darse cuenta de que cada palabra que escribía hacía más y más borrosa a aquella figura de la mesa del fondo que respondía a las iniciales de T.R.

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