-Hermione...
-...
-¡Hermione,
escuché un ruido!
-Mmmmmm...
-¡Es...
es como... un ectobúfalo, debe estar destrozando algo metálico con sus
mandíbulas!
-Ron...
-¡¡Tal
vez haya una manada entera de ellos, Hermione!! ¡Debemos llamar al ministerio...
!
-Ron...
Ronnie...
-¿Dónde
está mi varita? Tengo que avisar...
-¡Ron,
ya basta! – gritó Hermione. Estiró el brazo y encendió la luz. - ¡Ay, Ron, son
las tres de la mañana! ¿Una manada de ectobúfalos en Londres? – gruñó ella –
Cariño, qué error cometiste al no haber cursado “Estudios muggle”.
-Pe-pero
el ruido...
-Se
llama “camión recolector de residuos”, mi vida.
Ron
enrojeció hasta mimetizarse con sus cabellos.
-¿Un...
“recolectror...”?
-...”de
residuos”. – se incorporó en la cama todo lo que le permitía su abultado vientre
de seis meses – Ronnie, lamento haberte pedido que pasemos la noche en casa de
mis padres; sé que no estás acostumbrado al mundo muggle.
-Oh,
cielos, Hermione; lo siento tanto... Me siento un tonto. – dijo, mientras
apoyaba su cabeza en el hombro de
ella.
-Ronnie,
te amo; y deberías saber que no hubiese podido enamorarme de un tonto.
Tres
años atrás, en una ceremonia discreta (todo lo discreta que Fred y George, los
hermanos del novio permitieron), Ron y Hermione se juraron eterno amor en la
pequeña capilla de Hogsmeade, lugar en el que residen desde entonces. Hermione
daba clases de Encantamientos y Transformaciones en Hogwarts; y Ron, una vez
retirado del Chuddley Cannons (y luego de haber conseguido la primera victoria
para Inglaterra en un Mundial en cientos de años), daba clases de Quidditch en
el colegio, y era dueño de una tienda de artículos deportivos mágicos en el
pueblo.
-Cariño,
- dijo Ron – lo lamento. Hay tantos ruidos nuevos, que no puedo pegar un
ojo.
-No
te preocupes, mi amor – dijo ella
-Sólo
acuéstate... – estiró la mano hacia su varita...
-...cierra
los ojos – y mientras él obedecía, murmuró “¡Repossum!”
Una
suave nube azul salió de la varita, y Ron se quedó inmediatamente dormido.
“Mi
querido Ron” – pensó Hermione mientras lo despeinaba – “... qué triste lugar
sería el mundo si no te tuviera...”
A
la mañana siguiente, mientras los padres de Hermione les servían un desayuno
“muggle” de dentista (café sin azúcar, jugo de pomelo ácido y pan de harina
integral), Ron hacía como que comía mientras pensaba en la cita que tenían al
mediodía: debían encontrarse en la Tienda de Chascos Mágicos de George (Fred
tenía una sucursal en Hogsmeade), en el callejón Diagon. Luego se les unirían
Harry (tanto tiempo, casi un año sin verse) y la pequeña Ginny. Si bien ya era
una mujer, para Ron seguía siendo su hermanita pequeña.
También
hacía tiempo que no la veía a ella: trabajaba para el Ministerio (gracias a los
oficios de su padre, el Viceministro de Magia), en el Departamento de Relaciones
Muggle.
Luego
del desayuno, salieron a pasear por el Londres muggle. Hermione debía arrancarlo
a rastras de las vidrieras de artículos electrónicos (“¡Oohhh, sorprendente!”) y
evitar que detuviera al subterráneo con la varita.
Cuando
se acercaban al Caldero Chorreante (acceso al callejón Diagon), se encontraron
con Harry.
-¡Ron!
¡Hermione! – gritó el alto y delgado hombre con la extraña cicatriz.
-¡Harry!
– contestó a dúo la pareja.
Se
dieron un larguísimo abrazo en el medio de la vereda – lo que ocasionó que más
de un transeúnte los evitara. Hay que decir que Londres sigue siendo una ciudad
muy poco afecta a las exteriorizaciones de sentimientos. Por otro lado, Ron
usaba un “conjunto muggle” algo
llamativo: traje negro con sombrero de hongo, algo que no se usaba hacía
décadas.
-¡Cielos,
Hermione, estás bellísima! ¿No crees, Ron, que el embarazo le sienta
magnífico?
-Gracias,
Harry; se lo digo cada día, pero tal vez si lo escucha de otra persona, al fin
me creerá.
-¡Tontos!
– dijo Hermione, con los ojos llenos de lágrimas de emoción.
Entraron
en una cafetería. Ron se desquitó del desayuno odontológico.
-¿Y
qué tal esa vida de Auror, Harry? – inquirió Hermione
-Muy
dura, amigos. Ahora entiendo al viejo Ojoloco. ¿Lo recuerdan?
-Claro
que si – respondió Ron, con la boca llena de huevos con tocino
-Estoy
pensando en retirarme. Sirius me contactó con el viejo Snape...
-Harry,
– dijo Hermione - ¿cómo te enteraste que Snape se retira de las clases de
Defensa contra las Artes Tenebrosas... ?
-Privilegios
de Auror - dijo Ron, metiéndose a
la boca una cuchara llena de guisantes con tomate.
-¿...
y cómo supiste que ha sido elegido director de Hogwarts?
-Privilegios
de Auror, cariño – le guiñó un ojo Ron.
Harry,
acalorado, contestó: -Bueno, Hermione, ya sabes, Sirius...
-...
es tu padrino y Ministro de Seguridad Mágica. Ya lo sabemos, Harry.
Ron
se reía por lo bajo, atragantándose de vez en cuando.
-Tal
vez, ya saben, me haya mencionado algo de Snape...
-¡Ay,
Harry, olvídalo: sólo era una broma! – rieron los Weasley
-Claro,
amigo: nos encantará tenerte en el colegio. Será como tener 15 años otra vez. –
lo palmeó Ron.
-Tal
vez así sientes cabeza y... – decía Hermione, rápidamente interrumpida por
Harry.
-Hey,
¿y cómo se porta el bebé? – le señaló el abultado vientre.
-¿Cuál
de ellos? – dijo enigmáticamente ella.
-Que
cuál... ¡Hermione! ¡No me digan que...!
-Sí,
Harry: mellizos. No sabes las bromas que debimos soportar de Fred y George.
Acercándose
la hora, pagaron la cuenta con dinero muggle que Hermione llevaba (Ron ya había
puesto 20 sickles en la mesa), y comenzaron a salir.
-Harry,
qué terrible lo de los primos Abbott: toda una familia de criminales. – comentó
Ron
-Así
es, amigo: tardé diez meses en poder atrapar a cuatro de ellos. Pero los otros
dos se escaparon...
-Bueno,
Harry, olvídate de eso por ahora. Ronnie, ¿qué había pasado con Ginny?
-Uf,
no me hables: parece – dijo, mirando de reojo a Harry – que está de novia con un
muggle. Pero no le contó a mi madre
quién es...
-Hablando
de muggles, Harry: ¿Has pasado
últimamente por Privet Drive? – preguntó Hermione
-Pues,
saben... tengo intención de hacerlo. Debe hacer... ¿tres o cuatro años que no
los veo? Tío Vernon estará feliz, pero mi tía me había llegado a querer. Y
Duddley... creo que si hubiésemos tenido más tiempo juntos, tal vez hoy seríamos
amigos.
-Muchachos,
estoy sintiendo algo raro – dijo Ron – ¿No deberíamos haber llegado al Caldero
Chorreante, ya?
-Pues,
si. Y éstas calles no me resultan familiares. ¿Y por qué no hay otras personas
por acá? – se asombró Hermióne
Harry
sacó su varita y, poniéndose delante de sus amigos dijo: - ¡Es un hechizo
confundidor! ¿Pero quién...?
-¡Pootterr...!
¿Adivina quién soy?
-¡Leon
Abbott! ¡Quédense detrás de mí, amigos! – y gritó - ¡Abbott, esto es entre tú y
yo!
-¡Y
yo también! – respondió otra voz – Vas a pagar por haber enviado a nuestra
familia a Azkabán.
-¡Roger
Abbott, también! Escuchen, amigos: voy a tratar de distraerlos para que puedan
escapar...
-¡Ni
lo sueñes, chico! – dijo Ron – No voy a dejarte...
-¡Ron,
son muy peligrosos! Debes proteger a Hermione y los bebés... – pero no pudo
terminar la frase. Un hechizo paralizante los dejó a los tres como piedras.
-Hola,
Potter. ¿Creías que nos olvidaríamos del maldito que encarceló a nuestra
familia? – dijo, acercándose, Roger.
-Tendrás
la suerte de ver cómo destruímos a tus amigos, antes de matarte a ti. – rieron
los Abbott, mientras preparaban sus varitas apuntando a Ron y Hermione.
-Dí
“adiós” a tus amigos, Potter.
-O
mejor, “hasta pronto”...
De
pronto, del fondo del callejón surgió entre las sombras una inmensa figura que
se abalanzó sobre los Abbott.
-“Hagrid”
– pensó Harry. Pero, aunque era un hombre de unos buenos 2 metros de altura, no
alcanzaba la gigantesca talla de más de tres metros del guardabosques.
Una
enorme mano tomó del cuello a Roger Abbott, lo alzó en vilo y lo lanzó contra
una pared, desmayándolo de inmediato. De espaldas a Harry, se enfrentó a
Leon.
“Oh,
no”, pensó Harry cuando oyó a Leon murmurando una maldición, al tiempo que
lanzaba un rayo verde desde su varita.
El
rayo alcanzó de lleno al gigantón. Este trastabilló un poco, sacudió la cabeza
como un perro, y se rió.
-¿Eso
es todo lo que puedes hacer, estúpido mago?
“Esa
voz”, pensó Harry. “¿De dónde la conozco?”
El
enorme salvador se lanzó sobre Leon, le arrancó la varita de las manos, y le
aplicó un terrible puñetazo que lo puso fuera de combate.
-¡Libertus! – dijo una voz femenina desde
el callejón.
Ginny
Weasley se acercó a ellos y preguntó: -¿Están bien?
Los
tres, libres del hechizo, se movieron lentamente.
-¡Ginny,
cariño! ¡Gracias a Dios estaban por aquí!
-¿Quién...
quién es él? – señaló Harry
El
hombretón se dio vuelta. Harry casi se desmaya por la impresión.
CONTINUACIÓN:
-Dud...
Dudley? – musitó Harry - ¿Qué haces tú aquí?
-Pues,
verás... vine a conocer a la familia de mi prometida. – dijo, abrazando a
Ginny
-¿Ginny...
y tú? Pero... ¡es una bruja!
-Sí,
y también la mujer más maravillosa que he conocido. Tu sabes, Harry: entré a la
Academia de Policía, y una vez, casualmente, conocí a una linda
pelirroja...
-...
que trabaja en el Departamento de Relaciones Muggle. – rió ella
-...
y, bueno, tú sabes: una cosa llevó a la otra...
-Imaginen
su sorpresa cuando supo que era una bruja. Y amiga de su querido primo
Harry...
Harry,
Ron y Hermione no sabían qué decir.
-...
así que la vida nos volvió a unir, primo. Y en la misma profesión, no? Ginny
dijo que eras un Arrior...
-Auror,
Duddy. – aclaró la chica
-...
como sea. Es una especie de policía, no?
-Eh,
si, algo así. ¡Vaya, Duds, cómo me alegro de verte! – le dijo Harry, con un poco
de cautela.
-Claro,
tonto – dijo su primo, dándole un abrazo de oso – Sabes, Harry, sé que papá
nunca lo aceptará, pero... ¡me alegro de ser tu pariente, chico!
Ron
y Hermione se acercaron, presentándose. Ron no podía creer lo que veía: su
Ginny, con ese muggle! Y sin embargo,
estaba tan distinto a como él lo recordaba...
-Bueno,
- dijo - ¿qué tal si vamos al callejón Diagon, y conoces al resto de la
familia?
Así
lo hicieron, luego de que Harry envió a los Abbott (todavía inconscientes) al
Ministerio mediante un hechizo transportador.
Mientras
caminaban hacia el Caldero Chorreante, Harry recordó algo que lo tenía
intranquilo.
-Dime,
Dudds: ¿Cómo hiciste para repeler la maldición que te envió Leon? Nadie pudo
haberla soportado.
-Nadie
del mundo mágico. Sabes, Harry, no fue difícil: usé un viejo truco que me enseñó
papá.
-¿¿Tu
padre??
-Así
es. Me dijo: “Hijo, si alguna vez te cruzas con uno de esos malditos magos, haz
de cuenta que es sólo tu imaginación”. Pues bien, lo hice... y resultó!!
FIN