Esto no había sucedido nunca....estaba pensado que poner rápido, ya que tengo sueño...(estoy mas vieja, recuerdan?) y justo me llego esto...la verdad, no lo lei todo, pero lo que lei me gusto, así que lo pongo! Ojalá les guste, espero que no tenga sorpresas, mañana lo leo todo! Ah, acabo de ver el nombre de la autora, la matea Alexis! Con razón! Ayudada por su amiga Lauris, si que retrocedieron en el tiempo!

 

La Fundación de Hogwarts

 Por Alexis y Lauris. O Lauris y Alexis....jeje!

 

 Capítulo I 
Capítulo 2  

   

Capítulo I:

“Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería”

 

- Tienes razón, no es justo. – dijo Helga.

- Por supuesto que no es justo que sólo la gente como nosotros tenga acceso a la educación mágica. – ahora fue Godric quién habló.

- De acuerdo, pero ¿cómo se supone que la educación se haga masiva si los tutores no pueden tener a cargo a varios alumnos a la vez?

- Tiene que haber algún medio para lograr la igualdad en la educación, Salazar. – Rowena meditó unos instantes - ¿Qué les parecería que creáramos un lugar donde educar a los futuros magos?

 

La idea era absolutamente revolucionaria. A cualquier otro mago le habría parecido suficientemente traída por los pelos como para haber pensado en someter a Rowena a severos exámenes para asegurarse de que su cabeza aún funcionaba correctamente, pero a sus tres amigos les dio bastante que pensar. El silencio se instaló en el salón secreto en que se encontraban, en el castillo de los padres de Godric.

Los cuatro estaban a punto de terminar sus estudios con sus respectivos tutores, aunque no tenían la misma edad. Godric era el menor, con 21 años. Después venían Salazar y Rowena, con 22, y Helga, con 23. Destacados estudiantes, sus padres y maestros estaban muy orgullosos de ellos, pero el espíritu aventurero y la incontrolable necesidad de hacer travesuras que unían a los cuatro amigos desde la niñez les habían costado más de un castigo. Durante años, le habían echado la culpa al “ardor de la juventud”... ahora empezaban a dudar de que fuera eso. Pero ni las mazamorras habían logrado “hacerlos madurar”.

Ahora la imaginación de Godric trabajaba a toda máquina, sugestionada por la idea de Rowena. Veía un inmenso castillo lleno de chicos y chicas de todas las edades, circulando por los pasillos con sus varitas, practicando encantamientos y preparando pociones en calderos humeantes. Su lengua trabajaba a la misma velocidad que su mente, y rápidamente le describió su visión a los otros tres.

 

- Vendrían alumnos de todo el reino. – agregó Salazar, que siempre pensaba en grande.

- Entones habría que ponerle dormitorios. – comentó Rowena con su espíritu práctico. – Tendrían que vivir en el castillo.

- Y un gran comedor... – Godric se llevó la mano al estómago.

- Hombres... siempre piensan en comer. – alegó Helga – Mejor preocúpense de cómo lo vamos a hacer para conseguir el castillo...

 

De nuevo se hizo el silencio. Se habían ido demasiado rápido, olvidando todos los obstáculos que tendrían que vencer para lograrlo. En este punto, la duda se apoderó de sus espíritus.

 

- ¿De verdad quieren hacerlo? – preguntó Godric muy serio.

- Por supuesto. – respondieron los otros tres a un tiempo.

- Entones ya nos arreglaremos.

 

La idea era revolucionaria: una institución que popularizase la enseñanza y la entregase a todos los habitantes del mundo mágico, fuesen pobres o ricos, era algo que no se había escuchado nunca. Una idea típica de Helga, siempre pensando en los demás, siempre reflexiva, siempre desinteresada.

Godric Gryffindor estaba realmente emocionado, le había fascinado la idea, quería ponerla en práctica luego. No obstante, por mucho ánimo que los cuatro jóvenes tuviesen, no era muy sencillo encontrar un castillo para poder concretar su proyecto. Rowena, Godric, Helga y Salazar se despidieron, no sin antes prometerse que buscarían hasta el cansancio un lugar que pudiese serles de alguna utilidad.

 

Era un lugar amplio, de pasadizos secretos y húmedos, con comedores gigantescos y niños de todas las edades circulando por los dormitorios, murmurando en secreto mientras tutores estrictos y prestigiosos dictaban la manera de volver morado un hongo rojo de pie de trasgo... Alguien le hablaba. Le repetía algo que no podía comprender bien... “qué maravilloso colegio”... Entendía el principio de lo que le decían, pero esa última palabra, ¿qué quería decir? Resonaba en sus oídos como si hubiese estallado un howler en sus narices... “colegio, colegio, colegio”... De pronto, alguien comenzó a hacerle daño en una mano, le molestaba, eran pequeños piquetes en su delgada mano blanca...

Asustada, Helga despertó. Había estado soñando y la había despertado Monwu, la lechuza de Godric. En su pata había una nota que evidentemente había sido escrita a toda prisa:

 

“Helga: Ven rápido a los límites del Bosque Sin Nombre, acabo de descubrir algo francamente MARAVILLOSO. Avísale a los otros.

Godric.”

 

Helga se puso a toda prisa la túnica amarilla –el amarillo era su color favorito- y escribió detrás de la nota de Godric:

 

“Rowena: Ve a toda prisa a los límites del Bosque Sin Nombre. Dile a Salazar que vaya.

Helga.”

 

Ató la nota a la pata de Monwu y salió en su escoba camino al Bosque Sin Nombre. Iba preguntándose qué querría Godric y qué sería lo que había descubierto. La inquietaba un poco, puesto que Godric era aficionado a meterse en problemas... De todas formas, ya se enteraría luego. Lo que sí daba vueltas en su metódica cabeza era esa extraña palabra, “colegio”. Decidió seguir meditándolo después, pues se encontraba ya en los límites des Bosque y una túnica escarlata brillaba a lo lejos. Era Godric. Helga bajó de su escoba junto a él, que no dejaba de pasearse en el linde del bosque.

 

- ¿Le avisaste a los otros? – preguntó.

- ¿Qué pasa?- preguntó Helga al tiempo que asentía.

- Lo encontré. Hay que hacerle algunos arreglos, pero puede servir.

 

En ese momento llegaron los otro dos, sobrevolando el bosque. Era evidente que habían volado más que rápido, acosados por la curiosidad.

Salieron del Bosque sin Nombre y, finalmente, lo vieron. Se quedaron sin habla. Frente a ellos, en lo más alto de la colina, se alzaba un casillo de piedra gris, algo ruinoso y no muy grande, más bien del tamaño adecuado. “Varias torres, que servirán para el estudio de la astronomía.”, pensó Rowena para así. A un costado de la colina había un pequeño lago y, detrás, una extensa pradera.

 

- ¿Podemos visitarlo? – preguntó Salazar.

- Por supuesto, vamos. Está desocupado. – dijo Godric.

- ¿Cómo lo conseguiste? – quiso saber Helga.

- Bueno, en realidad es bastante absurdo. – explicó Godric – Es mío.

- ¿QUÉ? – gritaron los otros tres - ¿Y CÓMO NO LO HABÍAS DICHO?

- Ahí está lo absurdo: no me había dado cuenta. Alohomora – murmuró al llegar a la puerta y esta se abrió pesadamente. – Hay que cambiarlas. – agregó – Fue un regalo de mi abuelo cuando nací – siguió – y nunca lo tuve en cuenta porque me bastaba con el ala norte del castillo de mis padres. Creo que papá pensaba refaccionarlo cuando me casara. El otro día, revisando los títulos de propiedades de la región en busca de algo que pudiéramos comprar, encontré esto. Tienen que reconocer que ahorramos bastante. – sonrió.

- Deberíamos recorrerlo y hacer una lista de reparaciones urgentes... – sugirió la mente práctica de Helga, que estaba parada en medio del hall.

 

Salazar, siempre listo, sacó pluma y pergamino y los hechizó para que los siguieran en su recorrido y anotaran lo que había que hacer.

 

- Cambiar las puertas. – le dijo Godric a la pluma, que se apresuró a anotarlo en el pergamino.

- Este gran hall está muy bonito. – comentó la curiosa Rowena, que ya había abierto las pesadas puertas del lado derecho. – Y es muy espacioso.

- Serviría para comedor. – agregó Godric, con un rugido de aprobación de su estómago.

- Ya me lo imagino lleno de alumnos... –dijo Rowena.

 

Empezaron a recorrerlo emocionados. Estaba lleno de amplios salones que servirían para dar las clases a muchos alumnos, pasillos anchos y angostos, escaleras estrechas húmedas y torres circulares. La pluma iba anotando todas las instrucciones que le daban, del estilo “poner vidrios en la torre sur”, “limpiar las chimeneas” o “cambiar los techos del ala este”. Poco a poco fueron recorriendo todo lo que estaba sobre el nivel del suelo y luego bajaron a las mazamorras. En esta parte, Salazar se alegró. “Yo prefiero las torres...” había murmurado Godric cuando bajaron. Un oscuro túnel desembocaba en unas húmedas escaleras de piedra que los llevó a una oscura caverna bajo el castillo. “Lumos” dijo Godric con voz potente y su varita se encendió.

Era obvio que la espaciosa caverna no había sido construido con el castillo, sino mucho antes. Las paredes eran de roca viva, no de la piedra gris del resto de los muros. “Cerrar la entrada a la caverna”, le ordenó Godric a la pluma y ésta anotó. El rostro de Salazar se ensombreció, pero no dijo nada. Finalmente, volvieron al hall.

 

- ¿Qué hacemos ahora? – inquirió Rowena cuando estuvieron los cuatro a la luz del día.

- Bueno, hay mucho que hacer, opinó Rowena.

- Partiendo por conseguir una buena cantidad de galleons como para arreglar este castillo, dijo Helga.

- Por supuesto hay que pensar en los tutores, en cómo seleccionaremos a los alumnos, en la comida...

- Godric, ¿es que no piensas más que en comer? Rowena se reía, pues sabía que su amigo, a pesar de su contextura musculosa, tenía un GRAN estómago.

- Bueno, también tenemos que pensar en un hechizo para hacer el castillo invisible e infranqueable.

 

Todos miraron a Salazar. Había hablado con una voz que ellos conocían bien, una voz que sólo utilizaba en ocasiones de extrema importancia y seriedad: había hablado con voz de adulto responsable.

 

- ¿Hechizo?

- ¿Para hacerlo invisible?

- ¿E infranqueable?

 

Tres voces se elevaron casi al mismo tiempo. Tanto Godric como las dos mujeres estaban desconcertados. ¿Para qué quería Salazar hacer el castillo invisisble?

 

- Slytherin, ¿en qué estás pensando?, Godric se había puesto serio. Pocas veces llamaba a su amigo por su apellido, pero ahora no entendía a qué se refería éste.

- Claro, no querrás que cualquiera pueda entrar al castillo una vez que esté habitado por los niños y jóvenes. Debemos, antes que nada, preocuparnos de su seguridad y tranquilidad. Imagínate por un momento que haya una guerra entre comunidades magas, debemos garantizar total protección al interior del...

- Colegio, interrumpió la voz determinada de Helga.

- Co qué? Colio... Colg...¿Cómo dijiste?, francamente, Godric se sentía muy confundido.

- Co-le-gio, repitió Helga, pacientemente, marcando cada sílaba.

- Ah! Y se puede saber... ¿qué es eso?, inquirió Rowena.

- Bueno, la verdad, ni yo los sé muy bien. Pero ese es el nombre que le vamos a dar a la institución.

 

 La voz de Helga fue tan cortante que no se atrevieron a replicar. Conocían demasiado a su amiga para saber que cuando tenía una idea en mente no se la quitaba nadie. Además, era una palabra original y sonaba bien. Hasta tenía algo de poético.

 

- ¿Qué hay con el hechizo?, Salazar no olvidaba fácilmente una pregunta y éste parecía un asunto que le preocupaba bastante.

- Él tiene razón, ¿no es así? Creo que debemos ofrecer seguridad – Rowena parecía decidida a zanjar de una vez el asunto.

- Sí, pero tendremos que encontrar un hechizo lo suficientemente potente para ocultar esta mole de piedra del resto...

- Bien, Helga, podemos buscar en los libros de mi padre, algo debe haber allí. – sugirió Godric - Por ahora, preocupémonos de hacer las reparaciones pertinentes.

 

Hubo un momento de silencio. Los cerebros de los cuatro amigos pensaban en cómo conseguir la cantidad de dinero suficiente para efectuar los arreglos. La voz de Salazar quebró el silencio. Más que hablar para los otros parecía hacerlo para él mismo; no hablaba, mascullaba.

 

- Seleccionar a los niños... enseñarles desde pequeños... no aceptar por ningún motivo muggles...

 

Nadie dijo nada. Rowena, Godric y Helga se miraron. Sus ojos dijeron todo lo que que había que decir. Conocían la pública aversión de su compañero por los “sangre sucia”, como insistía en llamarlos. Mas no emitieron sonido alguno. Eran tres y él uno; no sería difícil convencerlo...

 

Godric se disponía a hablar para sacar a Salazar de su ensimismamiento cuando de pronto vio algo que lo dejó helado. Una serpiente grande, gorda, horrible, se acercaba tranquilamente, zigzagueando entre los árboles, a Helga. Algo se revolvió en su estómago.

 

- ¡Helga! ¡Cuidado, tras de ti!

- ¿Qué?

 

Rowena se dio vuelta a tiempo y tiró a la joven, tomándola de la túnica. La serpiente, al fallar en su objetivo, cayó al suelo. Godric sacó su espada y se aprestaba a cortar al reptil en pedazos – después de todo había tratado de atacar a Helga – y despellejarlo cuando un sonido extraño resonó en sus oídos. Giró la cabeza y vio como Salazar movía los labios... parecía hablar mas de su boca sólo salían sonidos extraños y miraba con fijeza a la serpiente. Un contacto parecía haberse establecido entre ellos. Cuando la Salazar cesó de emitir sonidos, la serpiente desapareció en las profundidades del Bosque Sin Nombre. Godric, Rowena y Helga lo miraban atónitos. Después de unos minutos de incómodo y espeso silencio, Rowena puso en palabras lo que todos tenían en mente.

 

- Tú... tú... ¿ha-hablaste c-cc-con la se... con eso?

- No era una serpiente. – dijo Salazar en tono despreocupado, eludiendo el tema – Era un basilisco.

- Y tú hablaste con ese... basilisco. – Godric estaba muy serio, lo que rara vez sucedía.

- Bueno... sí. – Salazar empezó a irritarse – Eso era pársel. Francamente, ¿no saben nada de artes oscuras? Creí que estaban terminando sus estudios...

- De magia y hechicería. – recalcó Godric.

- Colegio de Magia y Hechicería. – interrumpió Helga con voz firme.

- ¿QUÉ? – los otros estaban tan concentrados en la discusión sobre las serpientes que no atinaron.

- Colegio de Magia y Hechicería. – repitió Helga – Ese va a ser el nombre de... del... de la institución.

- Ah, bien. Pero... ¿qué es “colegio”? – preguntó Rowena.

- No lo sé... muy bien. Creo que así debería llamarse el lugar donde le enseñemos a los niños, ¿entienden?

- No. – dijo Godric.

- Bueno, no importa. Ese es el fin de la discusión. – Rowena quería zanjar el asunto lo más pronto posible – Vamos a la biblioteca de tu papá, Godric, a ver si encontramos algo sobre ese hechizo.

 

Les llevó varios días encontrar lo que buscaban en la inmensa biblioteca del castillo de Godric, y otros más ocultar totalmente el castillo de los ojos de los muggles (finalmente decidieron que era ridículo hacerlo totalmente invisible, porque los padres querrían ver dónde estudiaban sus hijos). Cuando, finalmente, la inmensa mole de piedra estuvo convertida en unas ruinas sin interés para toda la comunidad no-mágica, pudieron empezar las reparaciones.

 Sus padres contribuyeron con un buen número de elfos domésticos, ya que no todo podían hacerlo con magia. Además, tuvieron que poner al corriente a sus tutores, que habían empezado a quejarse de que se estaban relajando en sus estudios justo cuando estaban por terminar.

 

Godric, el más infantil, se entretenía haciendo travesuras en los momentos de ocio: hechizaba paredes para que parecieran puertas y uno perdiera su tiempo tratando de abrirlas, escalones para que desaparecieran al momento de pisarlos, armaduras para que te hicieran zancadillas al pasar delante de ellas. Rowena, la más estricta, lo miraba como si fuera un niño. Los otros dos lo observaban divertidos, tratando de recordar dónde estaban las trampas para no caer en ellas, porque sabían que seguirían ahí hasta el fin de los días.

Algunas semanas después, cuando ya todos hubieron obtenido su licencia de Magos y Brujas (Rowena fue la primera, evidentemente) que les permitía hacer magia sin supervisión de ningún adulto y los autorizaba para enseñarla, estuvieron listos para comenzar las clases. Se presentó entonces el problema del plan de estudios, cómo se dividirían los alumnos y todo eso.

El Gran Hall, que iba a ser el comedor, era el único salón del castillo que estaba completamente listo: había cuatro mesas con capacidad para veinte alumnos cada una y, sobre una tarima, otra mesa para los profesores, que hasta el momento tenía sólo cuatro sillas. Fue ahí donde hubo innumerables discusiones para ponerse de acuerdo, pero, tras largas horas, lo lograron. Curiosamente, Salazar se abstuvo de mencionar las Artes Oscuras y los otros estaban muy contentos de evitarse peleas.

Finalmente, se pusieron de acuerdo sobre el funcionamiento del “colegio”, como lo llamaban todos ahora. Se dieron cuenta de que lo que hacía que los tutores sólo pudieran encargarse de un par de alumnos era que tenían que enseñar todas las materias, así que decidieron que iban a dividirse las materias. Rowena enseñaría Astronomía, Helga iba a dar Transformaciones, Salazar haría clases de Pociones y Godric de Encantamientos. Ya encontrarían a un tutor para Cuidado y Utilización de Plantas y Seres Mágicos y a otro para que se hiciera cargo de la biblioteca. Pensando en la seguridad de los estudiantes, necesitarían también a un médico brujo y a un mayordomo que administrara el castillo.

 

Lo de los alumnos fue un gran problema. ¿Cómo dividirlos? Había que tener en cuenta que tendrían que dormir juntos, estudiar juntos, ir a clases juntos. Y no se podía controlar a 80 estudiantes a la vez. Decidieron que cada uno se haría cargo de la disciplina de 20 alumnos, pero eso no les solucionó el problema: ¿cómo agruparlos? Después de eternas discusiones, cuando ya nadie pensó que podrían resolverlo, Godric dio con la respuesta: les harían entrevistas y cada uno escogería veinte alumnos entre 9 y 13 años para hacerse cargo.

Todos estos trámites les llevaron semanas. Convencer al Consejo Real de Magos y Brujas fue lo más difícil, pero la influencia de sus padres, miembros del Consejo, los ayudó mucho. Cuando, al fin, el castillo estuvo en orden, tuvieron la licencia del consejo y hubieron contratado al personal necesario, enviaron lechuzas a todos los pueblos y castillos de Inglaterra, explicando su proyecto educativo y solicitando que aquellos padres que quisieran confiarles la educación de sus hijos, los llevaran a una entrevista la segunda semana del mes de julio.

El día que comenzaban las entrevistas, estaban los cuatro amigos sentados en sus respectivos lugares en la mesa alta, del Gran Hall, nerviosísimos. Esa mañana, más de cien padres habían llegado con sus hijos al pueblo cercano y habían pasado varias horas recibiendo y ordenando las solicitudes. Ahora esperaban al primer postulante, que el mayordomo haría entrar de un momento a otro.

La puerta se abrió, dando paso al mayordomo, seguido por un chicuelo rubio de unos 10 años, más nervioso que ellos cuatro juntos. El mayordomo le indicó una butaca frente a la mesa y el chico se sentó. La puerta volvió a cerrarse tras el hombre y quedaron solos.

 

- Aquí estamos. – susurró Godric - ¿Quién quiere comenzar?

- Bien, lo haré yo - dijo Helga. - ¿ C-cómo te llamas, pequeño?, su voz vaciló en un principio, mas rápidamente se volvió firme.

- H-Hugh Pi-Pierce, respondió, amedrentado, el niño. Confundía el nerviosismo, emoción y ansiedad de los cuatro amigos con reprobación.

- Bien, Hugh, cuéntanos algo de ti, pidió Rowena.

- Soy hijo único de Carla y Herman Pierce. Tengo 11 años, vivo en un castillo a unas dos leguas y media de aquí, mi padre trabaja en  Gringotts y mi madre, que es muggle, tiene una pequeña tienda de artículos mágicos en Diagon Alley....

- ¿Y qué te gusta hacer?, a Godric comenzaba a gustarle aquel chico.

 

La sola pregunta relativa a sus aficiones desató una avalancha incontenible de palabras: que le gustaba andar en escoba, hacer algo de magia, aunque sabía que no debía, aprender hechizos nuevos de sus padres, ir a explorar a los castillos abandonados gracias a los maravillosos “lumos” y “alohomora” y...

 

- ¿Te gusta meterte en problemas?, inquirió Godric, reprimiendo una sonrisa.

- Bueno, yo, claro que no... bueno, sí. La verdad es que mis padres preferirían que no les confesara esto, pero la verdad es que siempre ando metido hasta el cuello en líos y quizá ya no me quieran aquí por eso, pero es la verdad y prefiero decírselas antes que callármela. De todas maneras, si me aceptan, ya verán como ando buscando los problemas y---

 

Hugh se calló, con evidente turbación, al encontrarse su mirada, hasta ahora perdida en el techo del castillo, con la mirada dura y fría de Salazar. A éste le desagradaba abiertamente el muchacho desde que dijiese que su madre era muggle. No hacía nada por ocultar su desagrado y Rowena fue la primera en notarlo, por lo que despidió al muchacho con celeridad, prometiéndole que antes que  comenzasen las clases le enviarían una lechuza notificándole el día, la hora y los materiales con los que debía llegar al castillo.

 

- Bien... ¿quién se queda con él?, la expresión de Salazar era de asco y todo indicaba que no sería él quien se haría cargo del joven Hugh.

- Yo, dijo Godric.

- ¿Estás seguro que puedes con ese pequeño diablillo?, preguntó Helga.

- Por supuesto que puede, no lo subestimes. Ha pasado su vida pudiendo con él mismo, lo defendió Rowena.

- Está bien, basta. Hagan pasar al siguiente. – Salazar estaba molestó y terminó la conversación con su voz metálica y helada. – No tenemos todo el día.

 

Una chica de ojos verdes y muy bajita entró a la sala. No parecía temerosa, sus ojos tenían un brillo extraño y su expresión era de total ausencia. A Rowena le gustó de inmediato, por que además de su expresión – a la joven le pareció perfecta para Astrónoma – vestía de azul y ese era su color preferido.

 

- Buenos días, ¿cómo te llamas?

- Soy Pamela Jessuop.

- Bien, Pamela, dime algo de ti, le pidió Salazar.

 

La niña comenzó a contar un poco de su vida y, para agrado de Salazar, la chica era “sangre limpia” (así le decía él a los de familia completamente maga). Rápidamente se notó un evidente interés de la pequeña por las estrellas, el firmamento y cualquier cuerpo celeste que se encontrase en el universo. De hecho, no dejaba de mirar fascinada el cielo raso del Gran Hall, encantado por Rowena para que fuese una réplica exacta del cielo verdadero.

Cuando la joven salió, Rowena no dejó ni siquiera opinar a sus amigos.

 

- Quedará bajo mi tutoría, dijo.

 

Entraron otros cinco jóvenes más, de los cuales dos – Gabriel Terin y Susie Lindl – quedaron bajo el mando de Helga por su evidente interés por Transformaciones, otro pequeño de ojos soñadores, Nicolás Ersip, con Rowena y los otros dos – una intrépida niña llamada Mandie Cell y un joven que quería hacer una demostración de su vuelo en escoba dentro del Hall, Kevin Koss – junto a Godric.

 

El niño que siguió tenía una expresión de indolencia en sus metálicos y acerados ojos y miraba todo con una especie de desaprobación. Se sentó relajadamente en la butaca que el mayordomo le ofrecía y ni siquiera dio las gracias (cosa que todos los demás hicieron).

Se llamaba Lloyd Crebs y rápidamente dejó en claro que detestaba a los muggles y todo lo que a ellos se refiriese. Tanto como odiaba a los muggles amaba las Artes Oscuras, las encontraba fascinantes. Tan pronto como hubo expuesto esto lanzó una pregunta que nadie esperaba.

 

- ¿Tienen sábanas de seda de gusano africano? En mi castillo no se usan de otras...

- Procuramos que nuestros alumnos estén lo más confortables posible, mas no queremos acostumbrarlos a lujos excesivos. – Helga salió del paso rápidamente. – Ahora puedes irte.

- Está bien. – Lloyd salió del cuarto pausadamente.

 

En cuanto la puerta se hubo cerrado tras el chico, Salazar dijo, con una nota de alegría en la voz, que él se encargaría de tan notable joven. Los otros tres nada comentaron, pues el niño les había desagradado demasiado como para siquiera seguir pensando en él.

 

Una vez que los cuarenta alumnos fueron seleccionados, de los ciento y tantos que postularon, la metódica Helga entregó a cada uno de sus amigos una lista con sus futuros alumnos.

La de Godric decía así:

HOMBRES (6) : Hugh Pierce, Kevin Koss, Joseph Allen, Richard Powerton, Paul Renner, Nelson Fussie.

MUJERES (4) :  Mandie Cell, Pollhy Gloss, Valery Vint, sandra Mirros.

 

Les quedaban aun casi 3 semanas antes de recibir a los alumnos y debieron invertir buena parte de la primera en enviar lechuzas a todos los postulantes, para agradecer a los que no habían sido aceptados y enviar una lista de materiales básicos a los que sí estudiarían con ellos.

Ahora que ya tenían cada uno a sus pupilos, tenían que solucionar ciertos detalles de corte más doméstico. Por ejemplo, cómo los distinguirían y dónde dormirían. Cada uno buscó un lugar del castillo que le sirviera para poner algunos dormitorios y un salón común. Pensaron en “algunos” dormitorios y no en uno para niños y otro para niñas, ya que pensaban tener más alumnos el año entrante.

 

Salazar escogió algún sitio en las mazmorras, Helga en la primera planta, Rowena en la cuarta y Godric en el séptimo piso de una de las torres. Luego se entretuvieron en amueblar y decorar las salas comunes y los dormitorios y, por supuesto, buscar algún medio para ocultar su obra de sus amigos.

El otro detalle fue mucho más fácil: simplemente los vestirían con túnicas de su color favorito.

Entre sesiones de decoración y diseño de modas, se emocionaron y crearon un estandarte cada uno, que colgaron en el Gran Hall, sobre la mesa de sus alumnos. Godric escogió como símbolo el León, por su valor; Salazar, la serpiente, a causa del pársel, Rowena el águila por la vista que traspasa las fronteras del conocimiento y Helga un tejón, por la persistencia. Siguiendo el impulso, además de eso diseñaron un escudo.

Pero, entre tanta actividad de diseño, se olvidaron de un detalle esencial: sus despachos y sus dormitorios. Vuelta a la labor de búsqueda y decoración.

 

Una semana antes que comenzaran las clases, llegaron el bibliotecario, el médico y la profesora de Cuidado de Plantas y Seres Mágicos. Cada uno se instaló y asumió sus funciones después de una reunión en la que les explicaron su proyecto y lo que esperaban de ellos. Luego les mostraron el castillo y los alrededores: el lago, el bosque, el Gran Hall, la lechucería, las cocinas, sus despachos y las entradas a las salas comunes y a los despachos privados de ellos cuatro, para casos de emergencia, sin decirles – evidentemente – la forma de entrar.

Finalmente tuvieron todo listo. Si no hubiese sido porque tenían clases que preparar e informes que redactar para el Consejo Real, se habrían vuelto locos sin nada mejor que hacer que mirarse las caras.

El día anterior al equinoccio de otoño llegaron los estudiantes, puntualmente,  una hora antes de que anocheciera, acompañados por sus padres y cargando un baúl con sus cosas.

Los padres volvían a sus castillos después de mil y una recomendaciones para sus vástagos, los baúles eran enviados a los dormitorios con uno de los numerosos elfos domésticos del castillo y los estudiantes eran conducidos al Gran Hall por el mayordomo, donde se les indicaba la mesa de la casa para la que habían sido seleccionados.

Cuando estuvieron todos reunidos en el Gran Hall, admirando el cielo raso de Rowena, las velas encantadas por Godric que flotaban en el aire, los estandartes suspendidos sobre las mesas y los platos de bronce, entraron los profesores en una hilera y se sentaron a la mesa. Los alumnos permanecían de pie, educadamente, salvo algunos insolentes pupilos de Salazar, cómodamente echados en las butacas de nogal forradas de verde y plata.

 

- Bienvenidos al Colegio de Magia y Hechicería – dijo Godric poniéndose de pie. – Dentro de unos minutos daremos comienzo al Gran Banquete de Inicio de las Clases, pero primero tenemos algunos anuncios que hacerles. Tomen asiento. – hubo un rumor de sillas que se extinguió rápidamente. – Primero que todo, presentarnos. Yo soy Godric Gryffindor, profesor de Encantamientos. Estas señoritas son Helga Hufflepuff, profesora de Transformaciones y Rowena Ravenclaw, de Astronomía. El joven aquí presente es Salazar Slytherin, profesor de Pociones. A su derecha se encuentra la profesora de Cuidado de Plantas y Seres Mágicos (mostró de un gesto de la mano una mujer de unos 30 años, de aire amistoso), Catherine Dipie. Este caballero – señalo a un hombre mayor, de rostro serio e intelectual – es el Bibliotecario, Quentin Yared y, por último, este joven es el Médico. Este último tenía un rostro afable y era bastante joven.

 

Godric explicó a los niños el motivo de la creación del Colegio y cuando dijo “educación igualitaria para gente de todos los estratos” se notó franca molestia en la mesa de Slytherin. Haciendo caso omiso de las caras de asco y burlas de los alumnos que allí se encontraban, Godric siguió dando las instrucciones pertinentes y, por último, felicitó a los chicos por haber quedado en el Colegio y les deseó mucha suerte. Dicho esto, dio comienzo al banquete, haciendo aparecer en los platos anteriormente vacíos generosas porciones de todo tipo de exquisitos manjares. No bien estos hubieron aparecido, hubo un murmullo general de aprobación y se sintió el tintinear de cubiertos y el sonido de gargantas sedientas por las cuales corría el jugo de calabaza helado y fresco.

Si bien en un principio se notó un poco de nerviosismo y tensión general, rápidamente los niños fueron ganando confianza y trabando amistad. En la mesa de los profesores ocurría de igual manera, los nuevos profesores se integraron con celeridad al amistoso grupo de los cuatro fundadores, ayudados tal vez por unas copitas de hidromiel.

Cuando ya el sueño cerraba los párpados de muchos alumnos y los platos estaban vacío, se levantó Rowena para dar una última indicación a los pequeñuelos.

 

- Escúchenme un momento. – Cuarenta pares de ojos se dirigieron hacia ella.- Ahora los llevaremos a sus respectivos cuartos. Como es evidente, hombre y mujeres tiene cuartos separados, mas cada casa tiene un lugar común, su Sala Común. Para entrar a este salón, desde donde se llega a los dormitorios, cada casa tendrá una contraseña, que no deberá decir a nadie que no sea de su propia casa, y que será cambiada periódicamente. Nosotros los llevaremos ahora a sus respectivos cuartos. Intenten recordar el camino, pues a partir de mañana deberán llegar allí solos. Si por alguna razón llegasen a perderse,  vayan a la sala de Profesores – que está justo al lado – o vengan acá. Esos í, tengan cuidado con ciertas trampas que hay en algunas partes (al decir eso miró a Godric con diversión). Ahora, pueden levantarse.

 

Los jóvenes se pusieron de pie y cada uno de los cuatro amigos se encargaron de llevar a sus pupilos a sus cuartos, asegurándose que quedaban bien instalados y cómodos. Luego de darles las buenas noches, volvieron al Gran Hall, donde estuvieron conversando con los otros integrantes del cuerpo educativo hasta que a éstos los venció el sueño y dejaron solos a los amigos.

 

- Creo que lo hicimos bastante bien, dijo Rowena.

- Lo mismo opinó yo.- Helga estaba contenta de su gestión.

- Bueno, creo que esto funcionará... Claro que mientras duraba el Banquete se me ha ocurrido una idea...

 

Rowena, Helga y Salazar miraron a Godric con intriga. Conocían bien esas “ideas” de su amigo y los problemas que por lo general éstas conllevaban.

 

- No me miren así. Se me ocurrió que para incentivar a los chicos a trabajar bien y aprender más lúdicamente, podríamos hacer una competencia entre las casas. Por cada cosa que hagan o digan bien, incluyendo las buenas acciones y todo ese tipo de cosas, les daremos puntos. Y si cometen una falta o no saben nociones que se supone deberían conocer, les quitamos puntos. A fin de año, la casa con más puntos es la ganadora...

- Pero... ¿cómo contabilizaremos los puntos?, preguntó Rowena.

- Bien...Cada vez que hayan puntos más o menos para una casa, los anotaremos en una libreta y al final del día traspasaremos los totales a un “contabilizador” que habrá sobre las mesas de cada casa. Así lo alumnos podrán saber sus puntajes..., respondió Godric.

- Te felicito, amigo... Es la primera vez que una de tus ideas no nos causa problemas..., dijo Salazar con algo de sarcasmo.

- Está bien, está bien. Ahora, todos a acostarnos, pues mañana es el primer día de clases y debemos encontrarnos despiertos, sentenció Helga.

 

Dicho esto, los cuatro se encaminaron hacia sus respectivos dormitorios con el mismo pensamiento en la cabeza: mañana es el primer día de clases.

Al día siguiente, todo fue sobre ruedas. Ellos estaban encantados haciendo clases y sus alumnos estaban encantados yendo a clases. Al desayuno les anunciaron la idea de Godric, que causó sensación. Pero la meticulosa mente de Helga estaba inquieta. Un detalle no le gustaba. Durante el almuerzo,  lo comentó con sus compañeros en la Mesa Alta, como la llamaban sus alumnos.

 

- El asunto es que si “colegio” es una institución donde se enseña magia a los alumnos, cualquiera puede crear otro y se van a confundir.

- ¿Por qué iban a crear otro?- preguntó Salazar- Nosotros fuimos los primeros...

- Sí, pero no puedes pretender tener el monopolio educativo de aquí a la eternidad-dijo Helga.

- Si creamos este colegio fue para masificar la educación. Ese es nuestro objetivo. Si otro quiere colaborar con él creando otro colegio, no sólo no tenemos autoridad para impedirlo, sino que deberíamos alegrarnos- alegó Godric.

- Bautízenlo- sugirió Catherine.

- Esa es una buena idea- aprobó Rowena, sin hacer caso de Salazar, que parecía querer continuar con la discusión.- Ahora el asunto es buscar un nombre adecuado.

- Pónganle el nombre del Rey- dijo el patriótico bibliotecario.

- Pero si es un muggle!- alegó Salazar.

- Salazar... muy muggle será, pero siempre ha colaborado con el Consejo Mágico. No por nada se llama Consejo Real. Además, si él no nos da la autorización no hubiésemos podido hacer nada, por mucho que nos apoyaran los miembros del Consejo.

- Bueno, votemos. ¿Quien cree que “Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería” es un buen nombre?

 

Seis manos se alzaron y Salazar tuvo que aceptar la decisión. Durante el fin de semana siguiente harían una ceremonia de bautizo y el nombre pasaría a ser oficial. Al término del almuerzo, Godric le hizo el anuncio a los alumnos, que comenzaron inmediatamente a hacer comentarios. Por supuesto, lo que más se preguntaban todos era cómo demonios se hacía una ceremonia de bautizo. Y era lo mismo que iban pensando los cuatro amigos camino a sus respectivas aulas.

Durante esa semana, todo fueron secretos y desvelos por parte de los amigos. Evidentemente, los profesores que se habían incorporado al plantel les ayudaron todo lo que pudieron, pero ellos sentían el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

 Al principio, no lograban ponerse de acuerdo sobre la ceremonia. Salazar quería una cena fastuosa, con los mejores manjares que los de las cocinas pudieran preparar. Godric, en cambio, quería hacer algo entretenido, con juegos y concursos, aunque evidentemente aprobaba la idea del banquete. Helga creía que Salazar estaba demasiado preocupado por el lujo de la ceremonia y que ésta no debería ser tan fastuosa. Rowena se inclinaba por alguna especie de ritual algo más tradicional que lo que prefería Godric.

Finalmente, tras largos debates que se estaban volviendo habituales, lograron ponerse de acuerdo y se dedicaron a organizarlo. Helga y Godric se encargarían de la decoración del Gran Hall, Salazar del menú del banquete y Rowena, de elaborar el ritual de bautizo.

 

Cuando llegó el sábado, estaban todos agotados, con ojeras kilométricas, pero todo estaba listo. Ningún detalle había quedado sin planificar. Los alumnos, que habían dedicado la semana a hacer suposiciones cuál más descabellada, se morían de la curiosidad.

Al anochecer, las puertas del Gran Hall se abrieron, para dar paso a los alumnos.

El ambiente, como era de esperar, estaba cargado de misterio. Los 40 alumnos del colegio entraron con la curiosidad picándoles por dentro. Nadie sabía en qué consistía la ceremonia que habían preparado los profesores. El Gran Hall estaba obscuro y no se distinguía más allá de las propias narices.

Súbitamente, cuatro velas se encendieron, flotantes como espectros, y guiaron a los 4 grupos de alumnos a sus respectivas mesas. Cuando estuvieron sentados, el salón se iluminó. Las mesas de las cuatro casas estaban adornadas con los respectivos colores y símbolos y en los manteles bordados por ninfas con hilos de oro y plata reposaban maravillosos y pesados platos de oro, a cuyo lado yacían los cubiertos, hechos también en oro macizo. Las copas eran de plata y lanzaban suaves destellos a la luz de los candelabros. En la mesa alta, también adornada y con sus respectivos platos, copas y cubiertos, los profesores presidían el espectáculo con nerviosismo y ansiedad.

El cielo raso estaba de un azul obscuro, con una pocas estrellas titilantes que parecían estar perdidas en la inmensidad, como si por casualidad hubiesen ido a parar allí. Al fondo del Gran Hall, un gran lienzo blanco con los símbolos de las cuatro casas en cada una de sus esquinas, cubría la pared. En él se leían, en letras que iban cambiando de colores, pasando por todas las tonalidades del arcoiris, las palabras “COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA”.

 

Godric y Helga habían hecho un maravilloso trabajo de decoración: los candelabros flotaban por los aires, cambiando la tonalidad de sus velas y sus llamas según la mesa a la que se aproximaban. Las paredes estaban recubiertas de polvos multicolores, que, gracias a la tenue luz de las velas, lograban un efecto acogedor y mágico. Del techo – del cielo raso, para precisar – caían cada cierto tiempo estrellas encantadas que hacían piruetas alrededor de los sorprendidos jóvenes. También habían encerrado el canto de un coro de sirenas en una caracola marina, por lo que el ambiente estaba lleno de acordes y melódicas voces femeninas.

Rowena hizo acallar los murmullos incesantes de los alumnos cuando se puso de pie. Estaba nerviosa y le temblaban las piernas, mas tuvo suficiente control sobre sí misma como para lograr que nadie notara su exaltación. Habló con un aplomo y una seguridad que no sentía.

 

- Queridos alumnos. Hoy inauguraremos oficialmente nuestro colegio. – Una sarta de aplausos le impidió seguir hablando. Cuando éstos se extinguieron, prosiguió. Como ustedes bien saben, esta institución fue concebida para poder lograr que todos los niños de la comunidad mágica tengan acceso a la educación. Por esta misma razón, nosotros apoyaremos siempre a quienes quieran fundar nuevos colegios, ya que uno solo no va a dar abasto para tanto niño. Mas como somos el primer colegio en existir y no dudamos que pronto nacerán otros, hemos decidido darle un nombre, bautizarlo, para así poder distinguirlo de las instituciones que vendrán a futuro. El nombre oficial de nuestro colegio es, entonces, “Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería”, en honor a nuestro rey que tanto nos ha apoyado en esta iniciativa y que tan justamente ha gobernado a la comunidad mágica. Ahora, alcemos nuestras copas y brindemos por nuestro colegio, que pasará a la posteridad como el primer colegio en la historia del mundo mágico y, por qué no, del mundo.”

 

Rowena alzó su copa, que se había llenado automáticamente con hidromiel, y así lo hicieron también sus amigos y los alumnos, cuyas copas, hace poco vacías, se hallaban ahora llenas con un apetitoso y fresco jugo de calabazas. Luego de aplaudir eufóricamente a Rowena – mal que mal ellos pasarían a la historia como la primera generación de estudiantes del Colegio Hogwarts -, todos bebieron y luego de que las copas se ubiesen vaciado, Godric se levantó de la mesa y habló.

 

- Bueno, creo que la profesora Ravenclaw ya les ha dicho todo lo que hay que decir. Sólo me resta agregar una sola cosa : ¡que comience el banquete!

 

Dicho esto, los platos se llenaron de los más apetitosos y selectos manjares escogidos con sumo cuidado por Salazar y los alumnos atacaron los platos. Los rumores se extinguieron y sólo se oía a intervalos el sonido de un jugo de calabaza al resbalar por una garganta sedienta o el chocar del cuchillo y el tenedor contra el plato.

En la mesa alta, los profesores suspiraron aliviados y se dispusieron a comer. Estaban en eso cuando de pronto las puertas del Gran Hall se abrieron e hizo su aparición un hombre alto, ya entrado en años, con una barba entrecana larga que llegaba hasta su cintura. Sus ojos verdes centelleaban a la luz de las velas y una sonrisa coronaba su cara. Vestía elegantemente y lo acompañaba una mujer tan hermosa que bien podría haberse pensado que era una veela. Una serie de murmullos se oyó no bien hubo entrado el personaje. En la mesa alta, Godric  casi se atora cuando notó quién era tan distinguida figura; Salazar, por su parte, miraba con disgusto al ser que acababa de entrar. Si no le agradaba que el colegio llevara el nombre de un rey muggle, menos le apetecía encontrarse cara a cara con él. Mas, lamentablemente para él y para los de su casa, que mostraban el mismo desprecio que su mentor, quien se encontraba frente a ellos era el Rey. Albus Hogwarts en persona.

 

- Lamento llegar tarde, señorita Rawenclaw. – Todas las miradas se dirigieron hacia ella. – Espero no haberme perdido el discurso inaugural.

- La verdad es que ya di el discurso, contestó algo nerviosa Rowena. No tenía la certeza de que fuera a venir y...

- Está bien, no hay problema alguno. Sólo espero que tengamos un puesto reservado para tan espléndido banquete. La Reina y yo somos muy aficionados a esta clase de manjares.

- Por supuesto, sus majestades. Aquí se encuentran sus lugares. Usted se sentará entre Salazar y yo y la Reina entre Godric y Helga.

 

“Así es que para eso eran los dos puestos extras... con razón no nos quiso decir nada. A juzgar por la cara de Salazar no le agrada nada la idea...”, pensó Godric.

 

El Rey y la Reina se instalaron y conversaron relajadamente el tiempo que duró la velada. Cuando ya se terminaba, el rey Hogwarts se puso de pie y felicitó en un pequeño discurso la iniciativa tan maravillosa de los cuatro amigos, así como recalcó su perseverancia y sus buenos sentimientos e intenciones como modelos a seguir. Sus últimas palabras fueron para los niños que allí se encontraban y a los cuales congratuló por haber sido seleccionados y les deseó la mejor de las suertes. Estallaron aplausos en todas las mesas, a excepción de la de Slytherin, que sólo dio un par de aplausos desganados. Salazar sólo comenzó a aplaudir cuando la mano de Rowena se posó discretamente sobre su rodilla y la pellizcó fuertemente, pellizco que iba acompañado con una mirada cargada de amenazas.

El Rey y la hermosa Reina se retiraron, reiterando nuevamente sus felicitaciones y su orgullo, y los alumnos, cansados, partieron a sus respectivos cuartos para tener un sueño reparador y confortable luego de tan emocionante noche. Los profesores se quedaron conversando. Pasado un cuarto de hora, aproximadamente, los cuatro amigos quedaron solos luego que los otros integrantes del cuerpo escolar se retiraran a sus aposentos.

 

Los cuatro se miraron. Estaban agotados, les hacía falta dormir mucho y necesitaban un merecido descanso. Pero cuando sus ojos se encontraron, las caras de cada uno de ellos se iluminaron y una amplia y generosa sonrisa llenó sus caras. Exudaban felicidad. La alegría se les salía por cada uno de sus poros. Era tanta que parecía tangible. Volvieron a mirarse y nuevamente sonrieron. Sin proponérselo, los cuatro se pararon al mismo tiempo. Cada uno recorrió el rostro de los otros tres con sus cansados ojos. Y nuevamente sin haberlo planeado, los cuatro se unieron en un abrazo gigantesco y largo. En es momento, la alegría, la felicidad, la euforia, se hicieron palpables y los muros brillaron con más y más fuerza. Sorprendentemente, el cielo raso se había llenado de estrellas. Los amigos se soltaron, se miraron de nuevo y se volvieron a abrazar. Estaban presas de una sensación maravillosa de alivio y seguridad.

 

Y no era para menos. El “Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería” acababa de ser fundado oficialmente.

 

Ahora vendrían para los amigos nuevos desafíos...

 

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